Seguramente la mayoría de los diseñadores gráficos especializados en identidad corporativa (o “branding” como se dice ahora) hemos usado más de una vez la tipografía helvética. La limpieza y rotundidad de sus trazos unida a la variedad de grosores y condensaciones la hacen difícilmente comparable y a veces nos parece que cualquier logo podría ir en “Helvética” y quedar bien...
El origen de esta tipografía es Suiza, como su propio nombre indica. Fue creada en 1956 por Eduard Hoffman y Max Miedinger quienes recibieron el encargo de rediseñar la tipografía “Grotesk” para la fundición suiza “Haas”, por eso recibió originalmente el nombre de “Neue Haas Grotesk”.
En 1961 le cambiaron el nombre a “Helvética” con la intención de encontrar un nombre más comercial. En aquel año esta tipografía pasó a formar parte del catálogo de tipos que tenía la Mergenthaler Linotype Company, la mayor empresa fabricante de las maquinas de impresión de la época. A partir de los años 60 la fiebre por la “Helvética” creció sin parar hasta convertirse en la reina indiscutible de la segunda mitad del siglo XX. Numerosas compañías se dejaron seducir por sus formas limpias y modernas: Nestlé, American Airlines, Lufthansa, Microsoft, Intel, Toyota, Apple....La helvética llegó a carteles, periódicos, señales de tráfico...Casi parecía que cualquier diseño debía llevarla si pretendía ser perfecta. Surgieron también imitaciones de peor calidad, pero muy populares como la “Arial”, creada por Microsoft para su sistema Windows.
A partir de los años 90 es cuando esta tipografía empieza a perder algo de intensidad por el deseo de tipógrafos y diseñadores gráficos por innovar. Surgieron no obstante cientos de reinterpretaciones: cantos redondeados, formas más suavizadas, simplificaciones, pero siempre girando entorno al mismo patrón.
Seguramente la Helvética (que también fue un rediseño) llegó hace más de medio siglo para quedarse, igual que las formas perfectas de las esculturas y edificios de la antigua Grecia han sido periódicamente imitadas en el Renacimiento o el Neoclasicismo para recordarnos que cuando algo es perfecto lo mejor es disfrutarlo.
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Por Alejandro Prieto. Director de Logoestilo.